martes, 15 de febrero de 2011

Cuentacuentos.

La vieja casona de la sierra estaba a punto de ser demolida. Tenía un antigüedad de casi 100 años, y el ayuntamiento del pueblo decidió que había dejado de ser segura para los habitantes, por peligro de derrumbamiento. Aquella casona en mitad de la montaña de la sierra de Madrid era propiedad de mi familia desde hacía varias generaciones, por lo que mis padres recibieron la noticia de su demolición con nostalgia. El ayuntamiento nos notificaba que la próxima semana se comenzaría la demolición. Mis padres nos propusieron a mis dos hermanos y a mí que pasásemos el fin de semana en la vieja casona, para despedirnos de ella antes de que la convirtieran en polvo. Pese a que mis padres iban a recibir un dinero por la casa, noté lo triste que les ponía despedirse de ella, así que les dije que la idea me parecía genial y que me hacía mucha ilusión.
Fuimos preparados con todo lo necesario para los dos días. Llegamos, preparamos las habitaciones, disfrutamos de las vistas, comimos en el jardín, pasemos toda la tarde por los alrededores… Cuando el sol cayó, regresamos a casa, cenamos, jugamos a un par de juegos de mesa todos juntos y por último vimos una película. Después de todo esto, nos despedimos y nos fuimos cada uno a su habitación. Mi habitación había pertencido a una niña llamada Aurora que había vivido allí en el siglo diecinueve, una antepasada de mi madre. Su retrato presidía la cabecera de mi cama. Era una niña preciosa, que vivió felizmente muchos años en la vieja casona. En el salón había un retrato de ella con su marido e hijos, aunque a mí el que me gustaba era el que estaba sobre mi cama.
Recuerdo que me dormí… y soñé con Aurora. En el sueño, ella salía del cuadro y me contaba la historia de la casa y de las familias que allí habían vivido a lo largo de los años. Y no solo eso, también me “transportaba” a esas historias, las dos íbamos a la época en la que transcurrían las historia que me contaba, veíamos la casa tal como era entonces y podíamos ver la vida de sus habitantes. Así con una familia, y otra, y otra… años tras año, siglo tras siglo. Fue un sueño muy largo y muy vívido, muy real.
La mañana siguiente desperté con la sensación de haber estado realmente viajando a través del tiempo, acompañada de Aurora. A mí me encantaba escribir, en mi familia todos sabían que de mayor quería ser escritora, así que el sueño le había sentado muy bien a mi alma imaginativa y creativa. Muy contenta por haber visto, aunque fuera en sueños, la historia de la casa, me levanté de la cama con mucho ánimo, dispuesta a pasar mis últimas horas en aquella legendaria casa con una enorme sonrisa como despedida. Di un traspié con la alformbra, el pie se me torció y caí al suelo, con las manos apoyadas en la alfombra, que estaba levantado y arrugada. Por debajo de la alfombra asomaba una incripción que estaba rayada sobre la madera:
“Recuerda siempre el sueño de esta noche. La historia de esta casa es la historia de un pueblo entero, y debería ser contada”.
Nunca llegué a poder explicar aquella inscripción sobre el suelo, nunca supe si estaba ahí desde siempre o si apareció aquella mañana, traída por Aurora a través de los tiempos. El caso fue que escribí un libro basado en el sueño de aquella noche… y ese fue la primera novela de una larga lista de libros publicados a lo largo de mi vida como escritora. Y todo gracias a Aurora.

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